En Gran Bretaña, encontraremos a comienzos del siglo XX a importantísimos autores como HG Wells, de quien hablamos anteriormente, y que siguió activo hasta su muerte, en 1946. También es de destacar, a comienzos de siglo, un texto singular, escrito por alguien que no está enmarcado en el género: Sir Arthur Conan Doyle, el autor de los misterios de Sherlock Holmes. Conan Doyle escribió en 1912 The Lost World (El mundo perdido) en el que daba cuenta de una isla separada del resto del mundo, en la cual aún habitaban dinosaurios. Un periodista y un grupo de científicos viajan hacia el Amazonas, adonde tienen indicio de que aún viven estos animales prehistóricos. Encuentran la isla, en la que sufren una serie de peripecias. Finalmente, logran escapar y llevan consigo a Londres un pterodáctilo para mostrar a la comunidad científica. Sin embargo, el animal huye y, debido a que no ha podido ser examinado por el resto de los científicos, estos piensan que es una especie de pájaro extraño y la expedición es desacreditada. El libro alcanzó gran popularidad especialmente porque fue llevado al cine y fue la primera vez que se usaba animación stop-motion para recrear el movimiento de los dinosaurios.
Dos grandes novelas distópicas de comienzos de la primera mitad del siglo XX en Gran Bretaña fueron Brave New World (Un mundo feliz), de Aldous Huxley, y 1984, de George Orwell. Huxley escribió Un mundo feliz en 1931. (El título copia la frase enunciada por Miranda en la Tempestad de Shakespeare). Allí nos presenta un mundo en el que domina un “Estado mundial” y donde todos son felices y no existen guerras ni pobreza. Los seres humanos son sanos y tecnológicamente avanzados. El problema es que el trasfondo de esta situación está dado por la supresión de toda posible diversidad ideológica o cultural. Se trata de una “utopía negativa” en la que se tratan temas como la tiranía corporativa y el condicionamiento de la conducta. La novela presenta un mundo mecanizado en el que la humanidad se ha convertido en autómata y los seres humanos son simples engranajes dentro de una inmensa máquina, controlados mediante las drogas el sexo y los medios de masas.
La novela de George Orwell, 1984, fue escrita en 1949, es decir, en el período entre el final de la II Guerra mundial y la Guerra Fría. Orwell, abiertamente socialista al punto de haber viajado a finales de los años 30 a Cataluña para luchar en contra del fascismo durante la Guerra Civil Española, escribió sus textos a fin de concientizar a la sociedad británica sobre las injusticias sociales y los totalitarismos. El texto nos presenta una sociedad dominada por el omnipresente “Gran hermano”, al cual no se puede hacer otra cosa más que obedecer. Todos los miembros de la sociedad son continuamente vigilados. El idioma ha sido transformado y su léxico reducido a fin de acotar aquello que puede ser pensado. La información es estrictamente manipulada y la Historia ha sido reescrita. Existe igualmente una policía de pensamiento existiendo el concepto de “criminales mentales”, que son aquellos que poseen ideas diferentes a aquellas dictadas por el Partido en el poder.
Es de notar que tanto Brave New World como 1984 tomaron como clara referencia a una novela anterior, Nosotros (1920), escrita por el autor ruso Yevgueni Zamiatin, de la que trataremos en otro post.
Será también en Gran Bretaña en donde encontremos a un autor como CS Lewis, quien fuera autor igualmente de las famosas Crónicas de Narnia. Este se caracteriza porque su ficción se aleja de la corriente “materialista y atea” de muchas de las obras de ciencia ficción que le son contemporáneas, adhiriendo a una orientación más espiritual y cristiana. Su famosa Trilogía espacial (escrita entre 1938 y 1945), consta de los siguientes volúmenes: Más allá del Planeta Silencioso; Perelandra, un viaje a Venus y Esa horrible fortaleza. El protagonista es Elwin Ransom, un profesor de filología de la Universidad de Cambridge que viaja a Marte en el primer volumen (raptado por el malvado profesor Weston y por su socio, un inescrupuloso hombre de negocios que quiere ganar plata importando oro de lugares extraterrestes a nuestro planeta), a Venus, en el segundo y que, si bien no se presenta como el héroe de la tercera entrega, posee en ella un rol importante. En la trilogía encontraremos una constante lucha entre el Bien y el Mal, estando en juego la misma salvación de la Tierra (denominada Thulcandra). Cada planeta posee su propio “espíritu tutelar”, que es o un ángel o un arcángel denominado Oyarsa, salvo en la Tierra, donde gobierna un Oyarsa oscuro, que es una especie de ángel caído.
Otro
importantísimo autor británico será Olaf Stapledon. Sus obras poseen una clara
orientación filosófico-satírica. Agnóstico, de ideas socialistas y fuertemente
influenciado por la filosofía de Spinoza, este autor rechazaba la cosmovisión
de CS Lewis. La idea de un super-espíritu compuesto de numerosas consciencias
individuales es un tema que suela aparecer en su obra de manera recurrente. En
su novela Last and First Men (Los últimos y los primeros hombres) (1930), se registran
igualmente temas como el de la ingeniería genética y el de la terraformación. Starmaker
(El hacedor de estrellas)
(1937) es la historia de un inglés que, «transportado» fuera de su
cuerpo, explora el espacio estelar. Al explorar la civilización de un planeta
ubicado a varios miles de años luz de distancia de la Tierra, su espíritu se
fusiona con uno de sus habitantes. A medida que ambos viajan por el espacio, se
les van fusionando igualmente otros espíritus. Este efecto de «bola de
nieve» conduce a la descripción de más y más planetas. Así, los viajeros cósmicos
conviven y van desarrollando un espíritu colectivo que se comunica
telepáticamente. Finalmente, conocerán al «hacedor de estrellas», el
Ser Supremo que creó el Universo, pero este hacedor es solo uno entre otros, ya
que existen una multiplicidad de universos. En su prefacio a la edición
española de este libro, de editorial Minotauro, Jorge Luis Borges dice que «Hacedor
de estrellas es, además de una prodigiosa novela, un sistema
probable o verosímil de la pluralidad de los mundos y de su dramática historia«.
Un dato curioso sobre la ciencia ficción británica es que, en 1948, meses
después del incidente de Roswell, Nueva México, involucrando a un OVNI,
encontraremos la novela de Bernard Newman The Flying Saucer (El platillo volador).
Posiblemente, esta fue la primera ficción que tomaba por tema a los OVNIs. Sin
embargo, curiosamente no tuvo demasiada aceptación en los EE. UU., que aun
atravesaba por su propia “Edad de Oro” del género. El libro nos cuenta la
historia de un grupo de científicos que deciden organizar en secreto una serie
de accidentes falsos de OVNIs a fin de intentar unir al mundo contra un enemigo
alienígena mortal que, en realidad, no existe. Los accidentes tienen lugar en
Inglaterra, EE. UU. y Rusia. Los lugares han sido seleccionados para involucrar
a las tres potencias principales surgidas de la Segunda Guerra Mundial. En el
falso último accidente, los científicos deciden incluso incorporar a un
alienígena muerto. Está tan pulverizado que esto impide que su cuerpo pueda
investigarse, siendo imposible llegar a ningún resultado durante la autopsia.
Ante la falsa amenaza extraterrestre, los gobiernos de la Tierra deciden dejar
de lado sus diferencias y unirse. Mediante su ardid, los científicos han
logrado lo que habían sido incapaces de lograr las Naciones Unidas.
Otro clásico de la ciencia ficción británica será Arthur C. Clarke, de quien trataremos en otro post.